La personalidad integral se forma por aspectos genotípicos y fenotípicos. Al nacer, la personalidad es completamente genotípica, con los impulsos naturales asumiendo un papel central. La motivación para adaptarse al entorno externo es satisfacer las necesidades biológicas y garantizar la supervivencia. Las primeras interacciones del bebé se limitan a un repertorio básico, suficiente para expresar sus necesidades. Con el desarrollo, se observan manifestaciones más específicas relacionadas con el temperamento, lo que lleva a comentarios como “Mira qué tranquilo es” o “Mira qué inquieta es”.
En la infancia, comienzan a aparecer comportamientos que reflejan la conducta central: un niño puede ser más gracioso y cariñoso, mientras que otro puede demostrar habilidades motoras o intereses más intelectuales e individuales. En evaluaciones realizadas con niños de entre 8 y 12 años, se destacan dos aspectos de la personalidad: el impulso predominante del temperamento y algunos rasgos asociados a la conducta central. Los niños tienen recursos limitados para la interacción, lo que se traduce en cierta rigidez adaptativa, pero esa limitación se equilibra con la belleza natural de las expresiones espontáneas e ingenuas. Concluimos que el temperamento y la conducta central tienen un origen genotípico.
Los aspectos fenotípicos emergen en la personalidad como respuestas para lidiar con tensiones internas y externas. Al observar a las personas a lo largo de los años, constatamos que algunas mantienen la misma conducta central, mientras que otras presentan cambios. Entre aquellas que cambian, es común que los rasgos antes centrales cambien de posición con rasgos secundarios de interacción, especialmente relacionados con la primera línea de interacción, y la nueva conducta central tiende a estabilizarse. Esta identificación inicial con rasgos de interacción, como si fueran la conducta central, sugiere una identificación con la imagen social, es decir, con la imagen visible para los demás o para el propio espejo.
En pocos casos, esta inestabilidad en la orden de los rasgos persiste; en la mayoría, hay una tendencia a la estabilización de la conducta central. Observamos que algunas conductas centrales se relacionan directamente con los impulsos predominantes del temperamento, especialmente en personas con temperamentos más dirigidos hacia ciertos impulsos, es decir, personas con un temperamento ubicado más en los extremos del mapa APOGEO. Sin embargo, esto no es una regla: también ocurre en personas con temperamentos en áreas centrales del mapa, aunque en estos casos con menor frecuencia.
En resumen, cuanto mayor es la diversidad y menos extremo es el temperamento, mayores son las posibilidades de construcción conductual en respuesta al entorno social. Cuando el temperamento es más dirigido o extremo, hay una mayor probabilidad de construir la conducta central y rasgos de interacción cercanos a ese temperamento y potencial natural, con los factores genotípicos tendiendo a tener mayor influencia.
También observamos que construcciones conductuales muy alejadas del potencial natural genotípico aumentan la exposición a factores estresantes del entorno. En algunos pocos casos, notamos inflexiones en el temperamento, lo que sugiere cambios de hábitos o, simplemente, una confusión en la percepción de los propios impulsos naturales.
La construcción conductual ideal es aquella que favorece aspectos genotípicos y fenotípicos, promoviendo un equilibrio entre comportamientos cercanos al potencial natural y comportamientos adaptativos al entorno social. En términos de salud psicológica, emocional y física, la proximidad de la conducta central al potencial genotípico es beneficiosa, ya que requiere menos esfuerzo por parte de la persona para alcanzar objetivos motivacionales, pues la expresión y adaptación conductual cuentan con los recursos energéticos naturales de la persona. Por otro lado, una construcción conductual alejada del potencial genotípico del temperamento exige una mayor gestión de estos recursos para mitigar los factores estresantes.
Concluimos que el temperamento y la conducta central tienen un origen genotípico hasta un segundo orden, mientras que las conductas de interacción son siempre de origen fenotípico. La intensidad de las experiencias de vida puede hacer que la conducta central pase a tener un origen fenotípico, más alejado del genotipo. La personalidad tiende a un proceso de cristalización en el que los rasgos se vuelven estables; con la edad, algunos cambios secundarios en el comportamiento y atenuaciones en el temperamento pueden ocurrir, pero sin inversiones significativas.